Apología de la caligrafía y el garabato.


Una reivindicación de la escritura individual, íntima señal de nuestra identidad.

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Uno de los problemas más comunes en el diseño gráfico, especialmente al comienzo de la actividad profesional, es el afán por diseñarlo todo. No se puede dejar nada al azar, todo debe estar predispuesto… y el resultado son sobre-diseños, piezas saturadas (podría hacerse un símil con el sonido de mucha de la música producida en la última década). Parecería, pues, que es una tendencia global y multidisciplinar la búsqueda de lo más alto posible, de epatar los sentidos como vía a la excelencia. ¿Es realmente éste el camino?

Partamos de que es difícil alcanzar un equilibrio. Aún más cuando el diseño, que es definición y jerarquización, tiende más a separar que unir. Esto es dolorosamente cierto para los que andan un poco despistados y quieren un diseño cálido y azul… No podemos tenerlo todo, pero muchos seguimos intentándolo, cuando ya tendríamos que haber aprendido que el afán de control total sólo lleva a la frustración. Todos lo hemos experimentado ya: bloqueos ante la página en blanco, bloqueos por tener demasiadas ideas y un sólo lápiz, bloqueos por no saber reaccionar ante imprevistos… el afán de control sólo conlleva frustración porque coloca una responsabilidad desmedida sobre nuestros hombros: la de vivir a la altura de nuestra fantasía.

Diseñar es proyectar objetos, mecanismos, estructuras... que ofrezcan la máxima funcionalidad al mínimo coste posible. Para ser efectivos en esta tarea tenemos que respetar el principio de realidad, de la riqueza y variedad de la realidad, pero no siempre lo hacemos porque la fantasía del control total es demasiado sugerente. Así, construimos visiones simplificadas, limitadas, geométricas… Cuanta menor sea nuestra confianza, más limitada y simplificada será la visión, pero la causa es la misma, y el resultado también: pobreza. Quizá no pobreza de ejecución, pero sí pobreza de carácter, de concepto, de esencia. Un diseñador es, en cierto modo, un gobernante, y si se comporta como un dictador sólo puede esperar respuestas cobardes y mediocres.

Es crucial aprender a aceptar la realidad con toda su variedad y exuberancia. ¿Qué es más deseable: igualar por lo bajo o buscar que cada cual dé lo mejor que tiene? Hablando en términos tipográficos, los tipos con remates o, al menos, una forma particular, representan un vehículo más versátil para las ideas y los sentimientos que las letras suizas. Sé que puede sonar chocante, pues precisamente letras como Helvetica han sido probadas con éxito en multitud de escenarios, pero ¿hemos de aplicar la misma receta a todo? ¿No supone eso encorsetar y banalizar tanto los mensajes como la propia profesión? ¿Qué necesidad habría de diseñadores si todo se limitara a textos en Helvetica de color negro sobre fondo blanco? ¿Qué necesidad habría de Humanidad si sólo fuéramos máquinas?

Una necesidad humana

Más allá de las discusiones sobre legibilidad y la facilidad de comprensión de éste o aquel estilo —que en general son un hecho cultural y no biológico, es decir, que un estilo artístico o tipográfico es más o menos comprensible en función de las costumbres de las personas que conforman una sociedad—, los estilos personales son una necesidad humana. Imagino a los hombres (y mujeres) de Babel abandonando su construcción no por maldición divina, sino por una súbita comprensión de que aún quedaba mucho por aprender en la tierra como para querer abandonarla. ¿Por qué conformarse con un sólo idioma cuando hay una miríada de posibilidades esperando ser descubiertas e inventadas?

Hay tradiciones que hablan de la necesidad de vivir completamente nuestra vida aquí y ahora antes de irnos a otro momento y lugar —y, ciertamente, ¿cómo vamos a vivir el mañana o el más allá cuando sean aquí y ahora… si no somos capaces de vivir el momento actual? Es una invitación a poner las fantasías en su sitio, que lo tienen pero definitivamente no es sustituir nuestra atención ni nuestra experiencia.

No sé cómo serán las cosas en otras realidades, ya sean Matrix, Shambala o el reino del Monstruo del Spaghetti volador, pero es inevitable percibir que a nuestro alrededor hay una variedad y una riqueza que no hacen más que multiplicarse a medida que las vivimos. ¿Por qué querríamos simplificarlo y homogeneizarlo todo? La diferencia no significa separación ni enfrentamiento, sino una oportunidad para aprender.

Por todo esto, no soy partidario de ese diseño que pretende designarlo todo. No veo que esa sea la función de este oficio. El diseño, como toda actividad creativa, sirve para mostrar la realidad de las cosas. Pero la realidad no es algo retorcido ni sobreactuado. Las cosas, como se pone de relieve en el Zen, el Tao y similares, tienen una esencia sencilla y espontánea. Nuestro trabajo como creativos es más completo y satisfactorio cuando simplemente dejamos que las cosas se expresen por sí mismas.

Poniendo un ejemplo gráfico, una cosa es retirar la maleza que entorpece el flujo de un arroyo y otra muy diferente encerrar su agua en una cañería. No digo que no haya que usar cañerías, sólo que la función de ese arroyo concreto quizá sea fluir a cielo abierto, y no habrá cañería lo suficiente buena para paliar la miseria de dicho arroyo al verse encerrado.

Volviendo a las letras, que son la base del diseño gráfico, es una pena que la práctica de la caligrafía se limite cada vez más a unos pocos amantes. No me refiero a una caligrafía cortesana o de manual, sino a una caligrafía personal, íntima, cotidiana; ésa que usamos para escribir la lista de la compra, para tomar apuntes en clase o para garabatear en nuestro diario. Esa letra que sólo nosotros podemos trazar y que, aunque dé forma a los textos más anodinos, dice algo auténtico sobre nosotros en cada curva, en cada ligadura, en cada forma… y lo auténtico es hermoso, es emocionante, sin importar cuán extraño, torpe e imperfecto sea, porque es real. No es una impostura ni el resultado de un estudio de mercado: es lo que es. 

Concluyendo

El diseño se ha convertido con demasiada frecuencia en un arrastrar y maquillar cadáveres, en una repetición circular y frustrante de esquemas fijos sin margen para la sorpresa y el aprendizaje. Ya es suficiente. Mis tripas rugen, no por hambre de comida sino de espontaneidad, de autenticidad, de crecimiento… y no es algo que vaya a lograr cambiando mi tipografía favorita por otra más bonita, ni por cambiar una gama de colores oscuros por otra más brillante. Uno no arregla su tristeza comiéndose un helado. No se trata de tapar ni de disfrazarnos más, sino de descubrirnos de una vez por todas. Así, volvemos a la caligrafía y, por extensión, a cualquier trazado manual. Como ya he escrito antes, no una caligrafía estudiada, no una caligrafía que trate de estar a la altura de ese personaje que nos gustaría ser. No. La caligrafía de los ratos muertos, de las prisas, de las divagaciones, de los apuntes de clase, de todos esos momentos en los que nos permitimos ser nosotros mismos porque, de todas formas, «esos garabatos no son importantes». Precisamente por eso lo son. Porque no hemos tenido tiempo para maquillarlos, porque sólo hemos podido poner en ellos lo que ya somos. De eso podemos aprender, porque es sincero. No es un sueño ni una fantasía: es ahora, es aquí, es lo que es. Es nuestra verdad, nuestra posibilidad de autenticidad, nuestra fuente de conocimiento y crecimiento, de vida. Por todo esto, apologizo la caligrafía y el garabato. ¡Gracias por leer!

 

Fuente: http://foroalfa.org/es/noticia/39/Apologia_de_la_caligrafia_y_el_garabato